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28 de diciembre de 2008 | Francisco Cabello Galisteo

Priego como recompensa

Choff, choff, choff… El agua de la fuente caía incesantemente, mientras los gorriones no dejaban de píar. Allí, en el Adarve y junto al Paseo de Colombia, solíamos detenernos para recuperar fuerzas. Se trataba de una especie de ritual mágico. Al poner los pies en el suelo, nuestras bicicletas articulaban sus “patas de cabra”, y el metalizado sonido que provocaban se iba propagando de tal manera que parecía rebotar entre nosotros. Después, de manera inconsciente y movidos por una especie de espíritu hipnótico, avanzábamos como hechizados hasta el generoso caño de la primera fuente de agua del Adarve.

Siempre acabábamos de igual manera nuestra particular etapa ciclista del día. Y es que tanto Pepe como el Larry; el Alcalá, mi hermano Andrés o yo mismo, terminábamos exhaustos por el cansancio. En aquella ocasión volvíamos de Almedinilla y sin duda, lo habíamos pasado muy bien en aquella soleada mañana de verano. Pero el calor –muy a tener en cuenta en pleno Agosto-, el considerable peso de las bicicletas de montaña y nuestro afán competitivo hicieron brotar importantes signos de sudoración por todo nuestro cuerpo al llegar a la Joya de la Subbética.

Pero la recompensa al esfuerzo siempre está ahí, aunque a veces no seamos capaces de verla. El Priego del Agua siempre aguarda con la máxima hospitalidad a sus paisanos a modo de metáfora indiscutible y contundente. Sirva este escueto relato para representar algunas de las sensaciones que experimenté durante mi infancia y que todavía acampan en mi mente. No en vano, mi memoria evoca día a día, y pese a la distancia y al tiempo transcurrido, un conjunto de imborrables imágenes y sonidos difíciles de cuantificar. Comprendo por tanto, a los que dicen que los de Priego somos unos “fanáticos” pero es que todavía me asombra volver a casa y encontrarme con… esa densa cantidad de legados (artísticos, paisajísticos, etc). Aquí es dónde, en mi opinión, cabe una reflexión clara: en un mundo globalizado, en el que lo auténtico y genuino empieza a cobrar un valor añadido… y en una sociedad cada vez más deshumanizada y tecnificada, en la que el sabor de lo tradicional y de lo cercano empieza a ser objeto de culto… un lugar como Priego “debería ser reconocido mundialmente”, tal y como bien dijo el poeta Rafael Alberti en su primera visita a nuestro pueblo.

Como de cualquier sitio, de Priego se pueden destacar muchas virtudes y algún que otro defecto (que por supuesto obviaré, ¡faltaría más!). De entre sus mayores capacidades hay que señalar, como bien sabemos, su incomparable Arte Barroco, la naturaleza que lo envuelve y la extrema calidad de sus aceites, pero posee, en mi opinión, algo más valioso aún: la calidez y cercanía de su gente. Y es que, en este sentido, la perspectiva de los años te hace visualizar las cosas de manera muy diferente. Ha sido para mi sin duda, un ejercicio enriquecedor cambiar de ambiente y de residencia, puesto que me ha permitido emitir juicios de valor de una manera, que entiendo es más objetiva.

Un buen ejemplo de la riqueza que nos rodea es la fusión de una dualidad que en principio es antagónica y difícil de conjugar, como es el rigor y la proximidad personal en el campo de la Educación. Tras finalizar el tercer ciclo universitario, uno puede afirmar con rotundidad que Priego posee un excelente profesorado en Bachillerato. Se trata de un colectivo de docentes que nos inculcó con verdadera maestría, por ejemplo, los difíciles y abstractos conceptos físicos y matemáticos de la educación secundaria. Lo cual no es cuestión baladí: este aprendizaje es sin duda básico para afrontar una carrera técnica. Y los profesores lo transmitían sin menoscabo de hacernos sentir bien en el trato, tanto fuera como dentro de la clase. Todavía recuerdo la cara desencajada de un profesor, que sin pertenecer a nuestra clase, entró en nuestra aula para comentarnos su indignación sobre el terrible caso de “Las niñas de Alcácer”. Detalles como éste afloraban de manera continua en nuestro día a día. También tengo guardada en mi retina la imagen de algún docente comentando amistosamente en el recreo, con pasmosa naturaliad, cuales eran la preguntas típicas que solían caer en los exámenes de selectividad.

Es evidente que esta especial relación Alumno-Profesor facilitaba una ágil y enriquecedora formación y nos creaba unas estimulantes ansias de superación en nuestro desarrollo. ¡Cuánto le queda a los profesores de Universidad por aprender en este sentido, siempre anteponiendo el dichoso “usted” al nombre, y mostrándose esquivos en las revisiones de exámenes, prácticas, etc!.

Desde este foro deseo expresar mi gratitud y respeto a todos los maestros y profesores que influyeron en mi formación, así como el orgullo de sentirme prieguense por los cuatro costados.

 

Comentarios

Kiko
18-02-2009 13:56:22
Muchas gracias por los comentarios, José María.. tú que lo miras con buenos ojos.. Seguro que Puente...
 
JMRuiz
08-01-2009 10:28:04
Francisco Cabello, Enhorabuena por el artículo tan humano y a la vez tan clarificador, donde has sa...
 
JMRuiz
08-01-2009 10:27:37
Francisco Cabello, Enhorabuena por el artículo tan humano y a la vez tan clarificador, donde has sa...
 
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