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30 de marzo de 2009 | Candelaria Alférez Molina (Doctora en Humanidades)

Espejo divino. La Vero-Icono y Santa Verónica

A mi marido y a mis hijas Arantxa y Cande

Introducción

Existe un considerable número de santos que no figuran en las hagiografías con la claridad necesaria que estos documentos requieren. Es la tradición y la leyenda popular las que ha hecho de ellos figuras devocionales, elevándolos a los altares, dándoles culto y veneración.

El hilo argumental de nuestro trabajo va a girar en torno a una de estas enigmáticas imágenes, sin nombre propio, que en un principio, no ha venido a nosotros por los evangelios canónicos, ni aparece en los diccionarios de la Biblia, ni los más remotos Padres de la Iglesia la nombran. Es la obsesión que desde el Medioevo la humanidad ha tenido por conocer el rostro de Cristo, estampado en un lienzo con el que una piadosa mujer enjugó su rostro cuando iba camino del Calvario, lo que ha dado las tesis adecuadas para la elaboración de un nutrido número de leyendas que se remontan al año 4 a.C.

Basándonos en una exhaustiva investigación de textos apócrifos y canónicos, hemos querido aproximarnos a la figura de esta supuesta piadosa mujer (Verónica), objetivo de nuestra investigación, que no sólo ha estado envuelta en misterios y leyendas, sino que ha sido fuente de inspiración en la literatura y el arte desde los tiempos más remotos.

En Priego de Córdoba, tiene su más ferviente representación en la escultura devocional, formando parte del paso de misterio popularmente llamado “San Juanico”, de la Pontificia y Real Cofradía y Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima de los Dolores y San Juan Evangelista. Llevado por jóvenes costaleras, su estación de penitencia es en la mañana del Viernes Santo, acompañando a Jesús Nazareno y a la Virgen de los Dolores.

1- La Leyenda y el mito

El arte cristiano, desde sus comienzos, plasmó de forma didáctica y divulgativa un inagotable número de figuras que evocaban la divinidad, aunque la controversia sobre la legitimidad de éstas siempre estaba latente. Su fuente principal fueron los evangelios canónicos, inspirados por Dios y escritos por los cuatro evangelistas. Estos textos, sin embargo, no fueron suficientes para producir una riqueza iconográfica cuya diversidad de personajes era inagotable.

Junto a los escritos canónicos el Profesor De Santos Otero, A. (1985, pp. 662-669), nos habla de “otras redacciones paralelas que implican muchas cuestiones poco definidas, los iluminan y aclaran, haciendo coincidir fechas, convirtiéndolas en creíbles”. Se refiere, junto a otros estudiosos de estos temas, a los Evangelios Apócrifos. Textos que se constituyeron en fuente invalorable e ineludible para la iconografía cristiana, tanto en Oriente como en Occidente.

Durante el siglo IV surgió en el ámbito del arte cristiano una iconografía que encuentra su inspiración, no sólo en los evangelios canónicos, sino en unos libros redactados y recopilados a lo largo de los siglos, que nacieron después de la predicación de Cristo y los Apóstoles. Algunos de ellos fueron inspirados, constituyendo el canon del Antiguo Testamento, otros trataron de dar a conocer las predicaciones de Cristo con impresiones y errores voluntarios. Finalmente se encontraron escritos mal orientados, defendiendo errores en lo doctrinal, constituyendo un género muy peligroso para los cristianos. En principio fueron rechazados por la Iglesia al considerarlos extravagantes y mal orientados, ya que mezclaban enseñanzas de Jesús con errores para sembrar la confusión en la iglesia y entre los cristianos, atentos siempre a estos peligros.

Los Evangelios Apócrifos complementan lo que los Canónicos no especifican. Explican situaciones apenas insinuadas por los textos oficiales, poblando sus relatos con detalles anecdóticos que darán origen a una gran proliferación de expresiones plásticas. Aunque como hemos comentado, fueron marginados a lo largo de los siglos, no fueron totalmente erradicados y muchas escenas inspiradas a partir de sus relatos, fueron avaladas por las algunas autoridades eclesiásticas.

Los documentos que a continuación vamos a comentar, datan del siglo IX y enlazan las antiguas leyendas con las nuevas tesis que pretenden desvelarnos la personalidad de una mujer “sin nombre”, que con un acto de misericordia y venciendo el respeto humano, se arrodilló ante Jesús para limpiarle el rostro.

El primero de ellos es la Leyenda de Abgaro, comentado como los demás por Daniel de Santos (1991). Basado en un texto de los Evangelios Apócrifos, estudia el origen de un remoto y enigmático velo existente en Siria en año 4 a.C. antes que la piadosa mujer bíblica limpiara el rostro de Cristo. Su historicidad es muy difícil precisar.

* “La leyenda de Abgaro”. Esta remota leyenda se forjó sobre la figura de Abgaro, rey de Edesa (Siria) y las relaciones que mantuvo con Cristo por causa de una incurable enfermedad. Entre los años 30-32 de la era cristiana, el monarca a través de su correo (Ananías), manda una carta a Jesús, pidiéndole que viniera a curarle de su enfermedad a la vez que le ofrecía hospitalidad en su reino, a cambio de tan impagable favor. El Maestro le contestó, ante la supuesta imposibilidad de trasladarse a su reino, que cuando subiera a los cielos le mandaría a un discípulo Tomás para que lo curase y predicara el Evangelio en esas tierras. Ananías era pintor y aprovechó la ocasión para hacer un retrato de Jesús.

El principal objetivo de esta antiquísima leyenda no es otro que el de conectar los orígenes del cristianismo en Edesa con los tiempos apostólicos y toda ella puede girar en torno a la conversión del rey Abgaro IX (a. 179-216), posiblemente, el primer rey cristiano de Edesa. Históricamente esta leyenda tuvo una amplia repercusión si tenemos en cuenta numerosas inscripciones arqueológicas encontradas en el año 1937 en Nessana durante la expedición de Colt, así como el índice de difusión que tuvieron las leyendas de Abgaro en diferentes tiempos, particularmente si observamos que el texto de estas cartas, sobre todo la de Cristo, llegó a usarse como un preciado talismán en guerras y enfermedades.

A pesar de la antigüedad de esta leyenda, que muchas veces llegó a confundir este retrato de Cristo con el que quedó impreso en el paño de la Verónica, hemos de decir, que no existe argumento alguno que confirme su autenticidad. Además, los Santos Padres (San Jerónimo o San Agustín) afirman que Jesús no nos dejó escrito nada de su mano.

* “La muerte de Pilatos”. Fue otro relato que relaciona la tradición con la supuesta figura de esta enigmática mujer. Narra los últimos días del Emperador Tiberio y su milagrosa sanación cuando contempló el grabado del rostro de Jesús.

* “La venganza del Salvador”. Según los Evangelios Apócrifos en este último relato identifica a una princesa llamada Berenice, con la hemorroisa de los evangelios, a la que el Señor curó de una enfermedad (Mt 9, 20-22). Esta mujer era la que poesía el retrato de Cristo y no quería entregarlo a nadie a pesar de los tormentos con los que la habían amenazado. En Planeas (Cesarea de Filipo), hay un monumento en recuerdo de su curación.

2.- La Leyenda cristiana.

Son muchos los estudiosos e investigadores de temas bíblicos los que definen a la Verónica o Santa Verónica como “un supuesto personaje a quien Jesucristo había dejado grabado su rostro en un lienzo”. La leyenda la contempla como una de las piadosas mujeres que acompañó a Jesús camino del Calvario y movida por la compasión que despertó en ella, la imagen de un hombre humillado, golpeado e injustamente justiciado, se acercó a él, con un gesto de amor, misericordia y valentía, desafiando a la turba y limpió su rostro, apenas visible por las heridas sanguinolentas, el sudor, la tierra y los salivajos de la despiadada multitud, enajenada por un odio sin fundamento. Este gesto de valentía y generosidad es meditado en la sexta estación del Vía Crucis, alcanzando una notable relevancia en las artes plásticas y en la religiosidad popular y constituyendo todo un apartado de catequesis pública

Los autores que han estudiado los orígenes de esta tradición, coinciden y afirman que esta leyenda apareció por primera vez en el siglo XIV y que, a su vez, deriva de otras más antiguas y de diferentes características. Hay tal diversidad de leyendas y tradiciones que Leclercq habla de “un embrollo de leyendas” en el que unas desplazan a otras.

Existen pocos relatos tan estimados como el de la Santa Verónica. Su popularidad es conocida y evocada tanto en la literatura como en el arte. Las leyendas narradas anteriormente se apoyan en una tradición vaga y confusa Los verdaderos orígenes de esta leyenda están más relacionados con la milagrosa imagen del rostro de Cristo sobre un lienzo que con el personaje en sí.

La reliquia del velo o lienzo con el que esta piadosa mujer limpió el rostro del Nazareno, conocida como “la madre de todos los iconos”, es la Santa Faz de Cristo, El primero que se conoce data del siglo VIII, y se le llama “la Vero-icon”, definición correcta de la Vero-icono, verdadera imagen del rostro de Jesús y atributo que la identifica iconográficamente.

Según la tradición, la Santa Reliquia se encuentra en el santuario de Mompello (Roma). Todo el que acude a contemplarlo descubre la imagen de un hombre que sufre por los golpes de la pasión como los que padeció Cristo. El padre Heinrich Pleiffer SJ, profesor de iconología e Historia del Arte cristiano en la Universidad Pontificia Gregoriana (Roma), ha estudiado durante trece años la Santa Faz y ha sido el primer científico en asegurar que se trata del Velo de la Verónica. Esta imagen no fue producida por ninguna técnica conocida y sirvió como modelo a las representaciones posteriores del rostro de Cristo.

Según constata el jesuita muchas de las fuentes investigadas son inciertas y la historia de esta Reliquia siempre ha estado presente en la tradición cristiana. El rastro del Velo, que siempre se ha custodiado en el Vaticano, se perdió en los años sucesivos al año Santo de 1600 y se encontró en Mompello, probablemente, se robó con motivo de la restauración de la Basílica de San Pedro, realizada por Pablo V. El primer Papa que actualmente ha visitado este santuario para contemplar “El Santo Rostro” fue Benedicto XVI en septiembre de 2006. Otra reliquia del rostro de Cristo se encuentra custodiada en la catedral de Jaén, por lo que esta ciudad es conocida en todo el mundo como la “Tierra del Santo Rostro”.

El arte se recrea en estos iconos alusivos a las leyendas que versan sobre el retrato del rostro de Jesús, creando una variada temática bíblica muy venerada en muchísimos lugares de culto. La piedad popular creció a partir del siglo XIII en torno a esta reliquias, que con el paso de los siglos fueron reconocidas y enriquecidas con indulgencias y en otras ocasiones estuvieron marcadas por polémicas, como es el ejemplo de San Carlos Borromeo que suprimió su fiesta y oficio litúrgico en la diócesis de Milán.

El relato que reemplaza a las leyendas y tradiciones anteriores es el testimoniado en el siglo XVI y el que todos conocemos contado por los Evangelios; es el que se impondría a través de los siglos, desplazando a los anteriores en la devoción popular. Sobre esta nueva variante del rostro de la Verónica, que sustituyó a la imagen venerada antes del siglo XVI, Pedrizet dice: “Esta escena patética viene del siglo XIV, de la representación de los misterios de París por los Confrères de la Pasión. Toda la sensibilidad espontánea, delicada y generosa del alma de París está en esta invención, en la que no han tomado parte ni orientales, ni griegos ni italianos “(AA.VV. p. 446). Esta tesis sobre la autenticidad de este personaje, su audaz y piadoso gesto, así como la veneración popular como santa, no fue admitida por muchos investigadores que la consideraron como leyendas derivadas de tradiciones orales, sin embargo, los Evangelios hablan de “piadosas mujeres” que acompañaban a Jesús durante su predicación, asistiéndole con comidas y hospitalidad (Lc. 8, 2-3), así como la compañía de las mismas camino del Calvario y en el Calvario (Mt. 27, 56). Aunque en este pasaje bíblico se han dado muchos nombres propios, entre ellos el de Maria Magdalena, el de Verónica no figura, pero todas las tesis coinciden en que es muy probable que estuvo junto a Jesús y que realizara el generoso gesto que se le atribuye. Los cristianos siempre han meditado sobre este acto de generosidad y han honrado la memoria de esta valiente mujer.


Conclusión

Si se observa bien, la figura de la Verónica no sólo obedece a un deseo irrefrenable de conocer el verdadero semblante del Salvador, que por singular milagro quedaría así impreso indeleble para la historia, sino también para destacar un rasgo de participación del género humano en el drama de la Pasión redentora de Cristo. Desde un punto de vista teológico, todo el protagonismo se otorga a la divinidad, que concede su perdón y, ofrece un modelo de conversión que logra el triunfo total sobre la muerte a través del sufrimiento. Pero desde un punto de vista humano, Verónica supone la implicación de la humanidad en esta tarea, la bondad aún presente en el género humano, que con este gesto se hace acreedor de la redención completa. Al mismo tiempo, esa deferencia de Cristo, la flaqueza de su condición humana, acerca al fiel de modo retórico y emocionalista la estampa de la Pasión. Ése es el sentido que tiene después de siglos las representaciones de la Verónica en los desfiles procesionales de la Semana Santa andaluza. Recogen ricas tradiciones que hacían visibles al ser humano misterios teológicos de difícil definición, pero que la emoción y sensibilidad aprendía fácilmente. Verónica se convierte así en un personaje ambiguo, entre Eva y María, que marca el tránsito entre la Humanidad irredenta y redimida.


Bibliografía.

Ausejo, Fr. Diccionario de la Biblia. Barcelona, 1965.
De Santos, D. La Verónica. Enciclopedia Rialp, S.A. Humanidades y Ciencia. .Madrid, 1991.
De Santos Otero, A. Estudios introductorios y versión de los textos originales. Los Evangelios Apócrifos. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2002.
Frutaz, A.P .La Verónica. .Enciclopedia Católica, XII. Vaticano, 1954 pp.1923-1303.
García Olmo. A. En AA.VV. Anuario de Historia de la Iglesia. A/vol. XII. Universidad de Navarra. Pamplona, 2003.
Leclercq, H. Veronique. .En D.A.C. V/2. (2962-2966).
Pedrizet, P.De la Veronique et de Stª. Veronique.Seminariun Kondokovianun, 1932, pp.1-16.

 

Comentarios

Inmaculada Arias de Saavedra
03-04-2009 13:05:44
Este artículo sobre la Verónica me parece muy interesante y bien documentado. Con frecuencia es muy ...
 
ARANTXA
02-04-2009 10:08:10
Dra. Alférez: Quiero darte las gracias por tu dedicación y rica aportación histórica al estudio de n...
 
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