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8 de febrero de 2018 | Pelagio Forcada Serrano

ANANKÁION : PADRES Y PROFESORES

La educación recibida y el ambiente en que vivamos influyen en el tipo de formación transferida por familia y escuela. Los cambios producidos en nuestra sociedad en los últimos cuarenta años han incidido ya en dos generaciones, y no siempre para bien.

Nuestra preocupación, no es que las familias con menos ingresos, no puedan acceder al colegio, pues la educación es obligatoria y gratuita hasta los dieciséis años, sino que no hemos sabido asimilar las libertades y derechos que disfrutamos, en detrimento de deberes y valores que eludimos.

Por un lado ser padres implica educar, y educar exige un principio de autoridad, también del profesorado. Se ha proclamado demagógicamente que la estricta educación de antaño coartaba la libertad, de ahí que algunos padres y profesores rechacen la disciplina como valor indispensable para conducir a los educandos, instruirlos y construir las bases de su libertad, imprescindible para adquirir su capacidad de decidir. De hecho los niños no deciden, son sus padres quienes deciden por ellos hasta su madurez racional.

Todos requerimos una información y formación para transmitir consejos, conocimientos y valores, y esto no es imposible si los padres desconocen o carecen de los principios y razones que les exigen una responsabilidad en la orientación buena o mala de sus hijos. Desde luego, los padres no pueden, como ocurre a veces, delegar su responsabilidad en  los sistemas educativos y en los profesores, que también deben reforzar la labor de la familia, además de impartir conocimientos y sustentar  valores cívicos.

Situémonos en la utopía y tomemos medidas, si es que nos alarma que a tantos adolescentes no les ocupe ni les preocupe la escuela. ¿Tiene remedio? La sociedad consumista nos invita al placer más que al deber.

 Padres y educadores confusos por su entorno social, ignoran o desdeñan valores irrenunciables que hemos de inculcar, si pretendemos que de todas las clases sociales, también de los estratos más humildes y  necesitados, no sólo llegue algún supermán a la cima académica y profesional, sino que puedan conseguirlo muchos. Médicos, arquitectos, abogados, aprenden su profesión, pero a los progenitores nadie los ayuda y orienta a desempeñar su ardua labor, por lo que guiarlos sería más que plausible.

Aparte de cambiar el modelo educativo actual por otro que  incentive y premie el esfuerzo, habría que crear gabinetes sicopedagógicos, que aplicados a obligatorias escuelas  de padres, los conciencie  de  que educar  es  mejorar  a  los  demás  en  el             aprendizaje de conocimientos y fomento de valores morales. Plantearlo es fácil, lo difícil es pensar si en realidad interesa aplicarlo para evitar las desigualdades sociales. Turbados y sin formación, hay padres que temen y dudan sobre los pasos a seguir; hemos de convencerlos del por qué y para qué es imprescindible saber, y vivir en los principios del bien y la verdad.

Siempre bajo el poder de la razón, una labor conductista debe orientar a las familias a priorizar una educación con ciertas privaciones que pongan en valor el objetivo final;  necesitamos un estímulo inicial y experiencias vitales que sirvan de ejemplo, para comprender que con dedicación y responsabilidad, se pueden conseguir recompensas, junto al premio inmaterial y emocional de que todo es mejorable y asequible, si nos ponemos manos a la obra.

Ya apuntaba Platón, que los animales carecen de raciocinio y aprenden por instinto e imitación, pero igual que el pastor protege a su rebaño, el niño necesita al instructor para controlar sus impulsos y modelar su juicio hasta encauzar su indisciplina natural. Así se corrobora que la educación en casa y la formación en la escuela son tan importantes, “que llegan bestias y deben volver hombres”.

Si los hombres somos educados por seres humanos que a su vez fueron educados, hemos  de aliviar y contrarrestar los déficits de los que instruyen, con la intención y el deseo de que mañana sean protagonistas en educar, y enseñar a niños y jóvenes.

A padres e hijos hay que hacerles ver que no se actúa por capricho sino con razones fundadas, aun en la prohibición, y comprenderán que la persuasión más que la orden, debiera calar en sus convicciones e ideas para conseguir mayor solidez  y efectividad en pro de su éxito personal y social.

 

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